Me encuentro embriagada de verdades, y el transcurrir del tiempo, marcado por los shots de realidad o botellas de uva estacionada que he consumido, solo confirman la intensidad de la experiencia. Cada año que se suma a mi historia es como añadir un galón de botellas de vino a mi recorrido vital. No pretendo imponer ideas moralistas acerca de la necesidad de vivir eternamente sobrios o mantenernos inocentes, ya que eso, en sí mismo, resulta tan imposible como antinatural. A medida que el reloj avanza, los golpes de realidad se convierten en testigos mudos del crecimiento que nuestra madurez emocional tiene la responsabilidad de asumir. Por cada shot, por cada copa, se celebra un brindis por la muerte de la sobria inocencia que dejamos olvidada en el pasado. Es como aquella vez en la niñez cuando descubrimos que Papá Noel no existe, un momento en el que algo se quiebra dentro de nosotros, y, al mirar al cielo, nos preguntamos qué parte de nosotros fue tan ingenua como para creer que mira...