A veces, la vorágine de la vida puede hacernos sentir solos, y es por eso que todos buscamos un ancla que nos sostenga con firmeza y no nos permita hundirnos cuando no sabemos qué hacer con el miedo, la angustia o la incertidumbre.
Entonces, aspiramos a rodearnos de personas que nos brinden apoyo de forma incondicional para enfrentar cualquier desafío. Hay quienes son capaces de convertir cada día en una especie de vacación emocional, incluso en los momentos más inesperados y difíciles de la vida. Es como si quienes nos acompañan en esas situaciones fueran el motor que impulsa la valentía innata que reside en nosotros.
Sin embargo, no debemos cargar nuestras frustraciones en otros y mucho menos pretender o imponer demandas imposibles, incluso aunque del otro lado quieran vivir nuestro dolor y hacerse cargo como si pudieran apropiarse de él para intentar aminorar el pesar.
La independencia no impide que compartamos nuestras luchas, sino que, más bien, aprendamos a fortalecernos mutuamente a través de ese intercambio de experiencias. Está claro que somos fuertes por nosotros mismos, pero no podemos negar que alcanzamos una fuerza inexorable cuando entendemos que nunca seremos tan fuertes como cuando creemos y sabemos que alguien más cree en nosotros, contra todo pronóstico.
Existen amigos que te hacen sentir, a través de su presencia, algo similar al cálido sentimiento de tranquilidad y felicidad que experimentamos cuando la arena bajo nuestros pies está cálida pero no quema. Es como la brisa del mar que pega pero no congela, o como cuando el agua del mar rompe su ola en la orilla mojando nuestros pies y luego retorna apaciblemente, llevándose la pena y dejando la calma.
También hay amistades pasivas o irrelevantes pero inofensivas, así como también hay otras que se convierten en tormentas de arena, desorientando los sentidos de aquellos que buscan adentrarse en el mar. No debemos temer a esas tormentas que buscan llevarse la calma, porque después de esas devastadoras tormentas, el viento que removía la arena se habrá sosegado y el sol saldrá de nuevo.
Cuando eso suceda, a nuestro lado estarán aquellos amigos que persistirán incluso después del calvario, como si hubieran estado esperando el momento en el que la tormenta cese para quedarse a admirar los amaneceres, y un poco más tarde, buscarán quedarse alargando los atardeceres hasta ver al sol desaparecer.
Todo esto, con tal de seguir construyendo castillos de arena, mientras cada uno proyecta en ellos nada más y nada menos que la historia de un sueño, uno que le falta firmeza, pero que solo hablando con quienes entienden que a los sueños aparentemente locos, siempre se les puede encontrar una certeza. Hablando con quienes nos impulsan a pensar que ninguna edad es lo suficientemente vieja como para impedir que alguien limite sus sueños, ya que, nunca jamás seremos tan viejos como para pensar que ya no somos tan jóvenes como para seguir soñando.
Creo fervientemente en que hay amigos que te hacen saber que no importa cuántas veces se oculte el sol en el horizonte, siempre habrá alguien que nos ilumine, o mejor dicho, que nos mantenga despiertos en la oscuridad. Esto es así porque no toda la claridad que conocemos viene de la luz del sol; hay una luz que viene de la confianza y seguridad que nos da saber que, en algún lugar del mundo, sea de día o de noche, hay alguien que ilumina nuestra alma desde dentro, impidiendo que la misma se abandone.
Reconozco con gratitud que encontrar personas tan valiosas es una rara fortuna en este vasto mundo. El tiempo invertido con ellos se convierte en una riqueza para el alma y una fortuna que perdura más allá del tiempo.
Aunque soy consciente de que la vida, en ocasiones, nos conduce por caminos intrincados y habrá momentos en los que estaremos dispersos o aislados de esos lazos tan especiales. Sin embargo, aunque estemos inmersos en nuestras propias realidades cotidianas, siempre habrá alguien pensando y deseando que estemos bien y, si no lo estamos, esas personas especiales estarán a nuestra disposición para ayudarnos a sanar. Eso es lo reconfortante de la amistad auténtica y leal, que a pesar de la lejanía, cualquiera sea, el tiempo volverá efímeras las distancias y perdurables los reencuentros.
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