Siempre intento explicarle a mi mente que lo que no es como queremos no debería envenenarnos el alma.
No hay peor forma de sufrir que hacernos creer que venimos al mundo a ser complacidos por el destino, cuando en realidad el destino solo complace a la suerte, y por mera casualidad, a veces la suerte tiene ideas parecidas a las nuestras.
Quizás la vida ni siquiera sea una cuestión de metas logradas, sino de saber mantener la esperanza en algo que nos acerque a ser quienes deseamos.
Lo que me intriga es saber a dónde va todo ese amor que entregamos sin razón, sin condición y sin destino. Por más que intente permanecer en algún lado, si la suerte no lo elige, se disipa en el tiempo, transformándose en olvido para otros y en dolor para nosotros.
¿Qué sucede cuando el amor se convierte en dolor por no ser bien recibido? ¿Somos capaces de amarnos a nosotros mismos y perdonarnos por no saber gestionar la ira irracional que surge de nuestro ego herido? ¿Por qué nuestro ego es más grande que nuestro amor? ¿Es amor cuando se deja de amar a quien no nos ama?
Todas estas preguntas nacen de mi enojo frente a situaciones que no puedo entender. Y entonces intento comprender que, si tanto tengo que preguntarme por qué amo a quien quizás no me ama tanto como yo, tal vez no amo más que aquellos a quienes estoy acusando. Porque, ¿desde cuándo el amor se convierte en una deuda? Una en la que, si no hay devolución, se rompe la admiración y comienza la persecución por recibir al menos algo de lo que se dio.
Si sentís que alguien a quien amaste o amas te debe algo, preguntate: ¿quién busca que salden la deuda, tu corazón amando o tu ego herido?
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