No entiendo el deseo humano de intentar conocerse a uno mismo al punto de olvidarse de reinventarse. Parte de crecer es entender que nuestro deseo no solo está ligado a la mera conformidad de ser, sino a comprender que, aunque deseemos ser alguien con todas nuestras fuerzas, primero tendremos que transitar la incomodidad de no ser quienes anhelamos. En ese viaje, podemos encontrarnos con versiones de nosotros mismos que resulten más auténticas que los propios deseos por alcanzar.
Tal vez, el deseo de ser no implica descubrirnos finalmente, sino conocernos al principio, todos los días, incluso cuando las dudas nos invaden al punto de sentir que nuestro camino parece desvanecerse a lo lejos. Como si el mismo hecho de encontrarnos a nosotros mismos implicara correr hacia algún otro lado donde no se sienta tan incómodo no saber quiénes somos.
Tal vez soy tan incomprendida por mí misma que, cada día al levantarme, siento que no sé quién soy. Vago por la vida sin la identidad que quiero que los demás vean. Sin embargo, cuando me miro al espejo y surge la necesidad de preguntarme quién soy, tengo el impulso de mirarme a los ojos, como miramos a quienes no podemos descifrar. Y soy tan irreconocible frente a mis propios ojos que, en lugar de preguntarme quién soy, elijo preguntarme: ¿quién quieres ser?
Así, todos los días, me reinvento. Mi estabilidad no puede depender de si soy de determinada forma porque en un futuro mis ex versiones no se arrepentirán de haberse ido, y actualmente, mis futuras identidades esperan ansiosas por revelarse.”
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