Mi habitación está cada vez más vacía. Ahora solo dejo lo que uso, lo que necesito, lo que no me molesta ver. Soy una obsesiva del orden; si fuera por mí, tiraría la cama por la ventana, el placard y la mesa de luz también. ¿Para qué quiero todo eso si nada de lo que tengo acá me hace sentir menos sola?
Me molesta tanto el desorden que prefiero no tener nada. Capaz, sin darme cuenta, busco que la habitación se mimetice conmigo, como si mi caparazón de camaleón tratara de camuflar las carencias de mi alma con las de mi alrededor.
A veces pienso que mi alma duerme sola en una habitación fría, sin almohadas, sin sábanas, ni frazadas. Tal vez, incluso, está tirada en el piso, en esa madera vieja y oscura que siempre digo que voy a encerar y nunca lo hago. Pienso que al piso le falta brillo, y a mí me faltan ganas de dárselo. Puede que mi corazón esté tan opaco como ese piso, y que mi pieza no sea más que el reflejo de lo que me falta.
No quiero habitar espacios vacíos, pero tampoco sé cómo hacerlo cuando están llenos. Es como si la carencia me apagara y el exceso me desbordara. Entonces, como no sé bien qué es lo que me falta, siento que todo lo que me rodea sobra.
Las luces LED de mi pieza ya no parecen tan coloridas. Las cajas que guardo “por las dudas” seguro nunca me sirvan para nada. Los almohadones, las cortinas, el colchón, las sábanas… Todo lo que tendría que ser acogedor se siente casi tan frío como yo.
No tengo nada para guardar en el placard, porque no hay mucho para esconder. Ni siquiera tengo perchas para colgar esa ropa que hace tiempo me queda incómoda. No sé si ya no me queda cómoda o si dejó de sentirse mía, como si algo en mí hubiera cambiado más allá de lo físico. Los colores fuertes me saturan, la madera de la pieza me aburre, y los parlantes ya no suenan tan fuertes ni tan alegres como antes. Ni siquiera cuando escucho mis canciones favoritas.
Me angustia sentirme incómoda en el vacío de mi pieza, pero más me angustia pensar que, si tirara todo, no pasaría nada. Llenaría el espacio de más vacío, y no hay nada más frío y silencioso que una habitación que perdió todo lo que la hacía un refugio, incluso a su dueño.
Igual, con todo esto que siento, me resisto a tirar todo por la ventana. No puedo. Porque, aunque me da miedo pensar en abrir las cortinas y que el mundo vea que no tengo mucho para lanzar, capaz la magia está en abrir esa ventana. En dejar que entre el sol, para que abrace todo lo que dejé enfriar por no tomarme el tiempo de ordenar, con el alma, el desorden del corazón..
Comentarios
Publicar un comentario