Me pasó una y tantas veces estar en ese estado de amor ambivalente hacia mí, hacia otros y hacia todo. Quizás será que la angustia fue tan presente en mi pasado que ni yo sabía de qué forma regalarme una sonrisa, aunque hacia otros no me costaba fingirla y para todo me inventaba una risa. En el fondo estaba triste porque la incertidumbre me abrazaba día a día.
Nunca voy a encontrar respuestas para todos esos males que me acechaban, y por un lado me alegra, porque no hay peor forma de condenarse a perderse que buscarle sentido a heridas que han tenido que cicatrizar con el tiempo. Tal vez se trate de aceptar que el pasado siempre va a estar lleno de batallas mudas, que al darles voz intentan dominar nuestro presente, como si estuviéramos a punto de desatar otra guerra, tal como sucede en la historia.
Quizás nos contaron tantas historias bélicas llenas de angustia y sangre derramada en vano que vivimos pensando que, al igual que en la guerra, a la paz se la consigue exterminando lo que se cree que es malo o intrusivo. Así como me pasó tantas veces sentir que para estar bien y aceptarme tenía que borrar mi historia, hoy puedo decir que no voy a intentar borrar nada de lo que me ha construido, sino que voy a abrazar lo que cargo y dejar que cicatrice en mí. Porque ahora comprendo que, para sentirme en paz, tengo que negociar con el pasado y, de una vez por todas, dejar de hacerme la guerra.
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