Por la noche, siempre me encuentro sumergida en pensamientos sobre cómo todo aquello que "sueño" para mi día a día puede materializarse. Sin embargo, al día siguiente, tras haber soñado despierta, solo deseo volver a dormir. Me agota ver que no solo perdí horas de sueño imaginando, sino que también me cansé de lidiar con el hecho de que cada puesta de sol termina por desvanecer mis deseos.
Es como si hubiera nacido para ocultar bajo las sombras de la luna esos sueños que anhelan ver el sol y despertar. Cuando el amanecer se acerca, un astro se interpone y eclipsa mis anhelos, frenando todo intento de salir de las sombras, frenando toda idea de superación y renacimiento.
Siempre he sido un alma nocturna, buscando en la oscuridad un ápice de luz que alumbre el camino. A veces, sin embargo, siento que tal vez, si siempre he amado la noche, ¿por qué deseo cambiar la raíz de mi existencia? Quizás no estoy lista para dejar de lado el frío y permitir que la calidez del sol entre en mi corazón. O tal vez me angustia sentir que el calor me abraza y que, de repente, me suelte, devolviéndome al frío. Esto también me sucede; me acostumbro tanto que duele cuando algo cambia. Ya aprendí a congeniar con el frío nuevamente, y nos llevamos bien, ni él me molesta a mí, ni yo lo molesto a él. Pero imagínate pasar nuevamente por el proceso de sentirme cómoda con el calor y que de repente regrese el invierno. Créeme, preferiría el ritual eterno del frío que la calidez temporal que te suelta cuando se cansa y busca otra ciudad a la cual calentar, como un verano que va dejando lo mejor de su estación en los corazones de los demás mientras se va marchando lentamente.
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