Antes, creía firmemente que el miedo nunca me había impedido nada en la vida. Con el paso de los años, me di cuenta de que, a pesar de mi juventud, la balanza inclinaba más hacia los sueños pendientes que hacia los riesgos que decidí asumir. El causante de esto era el miedo, el cual intervino sutilmente en esa balanza, y mientras tanto yo haciéndome creer que mis logros superaban las veces que me acobardé y retrocedí, y eso que no soy de engañarme a mí misma.
Es crucial tener momentos de realidad en los que no perdamos el rumbo, donde veamos las cosas con claridad y seamos sinceros con nuestros deseos, para poder aceptar cuando aún no hemos hecho lo suficiente para alcanzar nuestros sueños. La autocrítica es esencial, ya que sin ella, permitiríamos que el miedo sea el ladrón de nuestros sueños, hay que aceptar el miedo y enfrentarlo.
En esta historia, Robin Hood roba la ambición a aquellos que no se atreven a materializar sus anhelos o dudan demasiado.
En el mundo real, paradójicamente Robin Hood no roba a los ricos para dar a los pobres, sino que le quita a los soñadores cómodos la ambición y se la entrega a los incrédulos sin ambición. Lo que quiero decir con esto es que a veces, si la ambición no se acompaña con acciones, de nada sirve soñar despiertos.
Sobre todo porque, mientras soñamos despiertos y nos quedamos esperando que la ambición llegue, alguien más que ni la piensa se está moviendo, y por arte de magia, la ambición llega sola, porque cuando empezamos a vislumbrar los frutos de lo que podría suceder si nos seguimos moviéndonos, no podemos detenernos nunca jamás.
Lo que quiero decir con esto es que si creemos que nos falta hacer un click para cumplir nuestros sueños, no es cierto, porque para proyectar con vehemencia no se necesita esperar, sino más bien actuar.
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