El silencio de mis cuerdas vocales no es más que la evidencia de la opresión que genera la angustia sobre ellas. Ellas no son como las de la guitarra y no se afinan con sólo ajustarlas; porque si se presiona al corazón para hacer de la pena una canción, toda esa angustia hace muda a la verdad y se vuelve una melodía instrumental que solo suena en nuestra mente.
Se transforma en una melodía interna que convoca a la nostalgia de un buen recuerdo que lentamente se transformó en dolor.
Me duele que injustamente aquellos que nunca pudieron hablar guarden esa angustia sin poder hacerla canción, negando su razón mientras van aceptando que la agonía y la tristeza que padecen permanezcan dentro de un corazón inocente, que sin intentar vengarse se solidariza con quien lo desafinó.
La letra y la melodía que nos componen irradian nuestra esencia, y es por eso que si nos presionan para crear nuestra canción nos están obligando innecesariamente a hacer de nuestro sentir una ficción. Y digo innecesariamente porque para hablar desde el corazón no se necesita más que una traición y una consecuencia.
A veces, en algunos momentos, siento como si nos hubiéramos prestado a que hagan de nuestra voz una orquesta, marcando un límite que nos prohíbe componer canciones y escribir sobre nuestro ser y nuestro sentir, imponiéndonos a que únicamente podamos seguir al director de la orquesta, que sin una gota de autenticidad, nos imponemos seguir demostrando lo poco que nos permiten mostrar. Sé que la mayoría de esas melodías ficticias y guiadas suenan hermosas y cumplen con las normas de expresión del resto de integrantes, pero también tenemos que tener presente que no hay nada más hermoso y liberador que cantar sin pensar en limitar nuestro sentir.
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