Siempre hubo algo en los árboles que me llamó la atención, algo que me hizo admirarlos. En especial, la forma en la que crecen de manera casi imperceptible e indomable. Los años pasan y, en un abrir y cerrar de ojos, tienen alturas humanamente inalcanzables. Aun siendo plantados por nosotros, nunca crecerán de la forma en la que queremos y tampoco podemos decidir la dirección a la que apunta su crecimiento. Tal vez solo podríamos cortarlos cruelmente y moldearlos a nuestro gusto.
De hecho, es una práctica muy común y, aun así, me cuesta creer que eso esté tan normalizado. Porque me pregunto, ¿por qué impedir la rebeldía de los árboles? ¿Debemos podarlos y moldearlos a nuestro gusto?
A raíz de esto, pienso que las personas, al igual que los árboles, somos únicas y diferentes en todo sentido. E indiscutiblemente, cada diferencia tiene su encanto propio.
Es una tarea difícil formar nuestras raíces libremente, pero es esa rebeldía la que nos permite expandirnos y ser únicos. No podemos dejar que nadie pode nuestra esencia para cumplir las expectativas de un otro.
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