Me agoté mentalmente, de forzarme a tratar de entender las actitudes de la gente, y me esfuerzo constantemente para que mi vida no se base en determinar si alguien es bueno o malo, como si viviera en un juicio constante y antepusiera mi moral o valores ante las acciones ajenas, sino que simplemente trato de entender por qué alguien es de determinada forma y admito que a veces no lo logro. Para esto primero hay que analizar por qué alguien es de determinada forma. Es decir, su pasado y sus vivencias, sobre todo antes de iniciar un juicio de valor, podemos empezar hablando hipotéticamente sobre las emociones humanas, sin juzgar de antemano si son correctas o incorrectas.
Es de saber que ante cualquier tribunal, aquella acción o conducta injuriosa que se cometa con alevosía y premeditación hacia otro es condenable y hasta repudiable. Pero ¿qué pasa cuando el tribunal es una ficción dentro de nuestro inconsciente? ¿Acaso es moralmente correcto medir que tan aceptable o no es el comportamiento ajeno partiendo de nuestro sentir y la forma en la que percibimos?
Cualquier “delito” sentimental que se comete desde la ignorancia, el desinterés, la desinformación o la venganza contra alguien que es o que antes fue querido pasa a ser un vínculo condicionado por el egoísmo absoluto e irremediable de aquel que prometió cierta lealtad, agravando por supuesto la situación.
Si bien es cierto que a veces podemos fallar a nuestras propias convicciones, eso no quita que ese fallo no sea un “delito”, por lo tanto puede y debe pagarse, a menos que anulen el juicio por falta de pruebas o por escasez de evidencia, usualmente siempre se interpone ante la verdad un testigo que a pesar de jurar con la verdad siempre puede ser parte de la gran estafa o así mismo podemos ser nosotros testigos en un caso en el cual elegimos dejarnos llevar por nuestro vínculo con el acusado y testificar a favor sin pruebas fehacientes o certeras, a pesar de que la causa quede inconclusa, siempre está la idea de que el imputado quede exonerado injustamente de la causa siempre y queremos creer que si se perdona una condena que era merecida, si o si debe haber un cambio de valores y convicciones en el que fue acusado. Porque de no ser así, llegaríamos a lo que conoceríamos como “pena de muerte sentimental”, que sería aquella situación en la que debemos “sentenciar” al acusado porque asumimos que aquel violentó el equilibrio emocional de alguien y en cierto punto, corrompió un alma que para salvarse, no existiría mayor alivio que el olvido y como eso no es algo posible se debe someter al victimario a una condena social imaginada por la víctima, quien dictaminaría esa condena en base al tamaño de sus cicatrices.
No olviden que las grandes cicatrices requieren grandes condenas, y las más difíciles condenas se dan cuando la sentencia la dictamina el “corazón”, cuyo objetivo casi siempre es contrario al de la razón, porque el corazón que escuchó la imploración y concibió al perdón probablemente abrió el camino a una nueva traición. Y entonces otra vez, se reabre el caso. Es decir, las “heridas”.
Una sentencia no siempre se da por necesidad de venganza, y tampoco hablo de vivir con resentimiento. Lo que quiero decir es que no es lo mismo perdonar y olvidar que perdonar y liberarse, perdonar no está mal y obvio no quiero que se malinterprete lo dicho anteriormente, pero si quiero dar a entender que si el perdón nos ata y nos obliga a repetir en el tiempo una misma situación, debemos empezar a comprender que no hay liberación en el perdón que nos hace volver a buscar seguridad en aquel lugar en donde comenzamos a sentirnos amenazados, pero si hay libertad en aquel perdón que nos permitió soltar lo que alguna vez dolió para así darnos cuenta que al final si se superó.
Comentarios
Publicar un comentario