Desde muy chica una de las pocas salidas familiares que hacíamos antes de que la misma se dividiera, era salir a comer a un restaurante tenedor libre, incluso recuerdo que lo frecuentábamos mucho más en ese momento en donde mis padres sabían que estábamos sobre una cuerda floja. De hecho, todos nos agarrábamos de las paredes con tal de bancar un poco más la turbulencia que finalmente llegaría al derrumbe no mucho tiempo después. Era tan emocionante saber que íbamos a poder comer hasta saciar nuestro apetito por completo, incluso con alimentos que quizás no nos apetecían pero estaban ahí, al alcance de nuestras manos y de forma desmedida. Daban atención digna y merecedora de un rey, era un servicio dispuesto a saciar todos tus caprichos. Hoy con una edad muy lejana a la de la infancia y con algunos baches emocionales inexplicables, identifico problemas muy parecidos a los que mis padres manejaban en ese entonces, solo que sin menores involucrados de por medio. Pienso e...